Pbro. Saúl Aponte
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El viejo combate entre el Carnaval y la Cuaresma
Pieter Brueghel 1.559 |
Sabías que las fiestas del carnaval son tan antigua que se ubican en Egipto, siglos antes de Cristo. En aquel entonces, estas fiestas era un momento para vivir en plena libertad y dejar a un lado las clases sociales. El término carnaval proviene del latín medieval “carnelevarium”, que significaba “quitar la carne”. Su celebración varía en el año y esto se debe a que su fecha se fija 45 días antes del domingo de la resurrección de Jesús.
Como toda fiesta “pagana” la Iglesia la fue cristianizando y el carnaval no fue la excepción. De una celebración dedicada a la diosa egipcia Isis, se pasa a un tiempo donde los cristianos por falta de refrigeración debían agotar antes del miércoles de ceniza, todo aquello que no podían consumir en el tiempo de cuaresma (carne, huevo y leche). Esto llevó a las comunidades que el martes antes de ceniza se organizaran grandes fiestas donde consumían todo, e incluso realizaban actos que luego se arrepentían en la cuaresma.
Entonces, el gesto de imponerse la ceniza al día siguiente era un signo para pedir perdón. Ya desde la antigua alianza, la ceniza es un símbolo de penitencia. Por eso, el miércoles después del carnaval asume este calificativo, miércoles de ceniza, para marcar el inicio de la cuaresma.
La cuaresma, es un tiempo de renovación espiritual, donde la Iglesia como madre y maestra nos propone un camino de conversión recordándonos prácticas espirituales que nos ayudan al fortalecimiento del alma. En efecto la oración, el ayuno y la limosna son ejercicios espirituales que siempre deben estar presentes en nuestras vidas.
La oración es ese diálogo íntimo con Dios, es sentarse a hablar con el amigo que no falta; donde le cuentas todo aquello que te angustia, pero también compartes tus alegrías. Si la oración es un diálogo con Dios, ¿En qué momento El nos habla? Dios se comunica con nosotros por medio de su palabra, en el silencio de nuestra oración, en los acontecimientos de nuestra vida.
El ayuno, es una práctica muy antigua, consiste en abstenernos de alimentos o placeres con el fin de reparar la culpa de nuestros pecados y así dominar nuestras pasiones. Es importante que el ejercicio del ayuno sólo sea en la intimidad con Dios, ya que Él mismo nos invita a que nadie se entere cuando estamos ayunando: “Cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro para que tu ayuno no sea conocido por los hombres”.
La limosna no la debemos confundir con la obligación que tenemos los católicos en el sostenimiento de las obras que realiza nuestra Iglesia. La limosna es una forma de vivir la caridad, es poder traducir en obras el mandamiento del amor; ya que compartimos con el necesitado desde lo que tenemos y no desde los que nos sobra. La limosna debe ser en secreto. “Que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda” nos dice Jesús en el evangelio de Mateo.
Por tanto, esta cuaresma es una nueva oportunidad para renovar el llamado que Dios nos hace para que seamos felices.